Cuentos y mitos de la Región Amazonas:

EL ENCANTO DE YANAMACHAY

Autor: Napoleón Culqui Valdez

Era media noche en el pueblo de la Jalca Grande, cuando de pronto taladrando la oscuridad y el silencio:

-¡Tan!, ¡tlan!; ¡tan!; ¡tlan!; ¡tan!; ¡tlan!…- comenzaron a doblar las campanas de la vetusta torre de piedra.

Este sonido monótono, cargado de profunda melancolía, produjo un miedo cerval en Timoteo.

El, a esas horas, estaba llegando al pueblo, mientras tanto en la casa de Angelina este tañido fúnebre indicaba la parte central de la ceremonia de celebración del primer año de la desaparición de su hijo.

Hombres y mujeres, envueltos en sus ponchos y llicllas (1) de lana, acurrucados sobre esteras de bagazo, elevaban plegarias por el alma del difunto. Pero no sé si lo hacían por devoción o sabiendo que había  que   bastante caldo de gallina y dos peroles de Sanco de Chiclayo (2).

Seguían doblando las campanas, desparramando su amargo sonido.

Timoteo se detuvo a tomar aliento en la lomita, junto a la cruz de Chulo, ya que prácticamente en el pueblo. Se persigo tres veces, pensando, “a la lao, algún paisano  prójimo habrá fallecido “.Y el sudor caliente que bañaba su rostro, debido al largo y empinado camino que había  recorrido , se tornó helado. Tirito. Lo estremeció un escalofrío y un vago presentimiento. Lo que nunca, es esos momentos, empezó a tener miedo.

Angelina, al escuchar los cantos y oraciones fúnebres, recordando a su extinto hijo rompió el llanto. En tanto que Timoteo, serenándose y cobrando valor, recorrió el Jr. San Felipe Santiago hasta la plaza y luego se encamino por el Jr. Alonso de Alvarado para llegar a su casa.

Seguía doblando las campanas.

Prontamente, Timoteo se dio cuenta que los rezos, canticos y llantos salía de su vivienda que estaba ya a pocos metros.

-¡Dios, mío! ¡Esto no es posible! ¡Esto no es posible!… si ayer los deje a todo bien

-dijo a media voz, alargando más sus pasos.

Con su al forjita al hombro, se asomó a la puerta y, abriéndose paso entre gente, ingreso rápidamente hasta media sala.

En eso, al verlo, varis gritaron en coro:

-¡El muerto! ¡El muerto! ¡El muerto!…

Entonces, mucha gente, empujándose, cayéndose y levantándose salió corriendo; mientras que otros se quedaron en el piso desmayados.

El pánico cundía por toda la casa.

Timoteo, parando en media sala, ante este súbito alboroto, estaba confundido. Miraba por todos lados. No entendía lo que ocurría. Pues, hasta el cantor que había estado dormitando también, botando su violín se escapó despavorido por la puerta.

Seguían doblando las campanas.

¿Qué ocurría en realidad?

***

Anda a Chachapoyas y lleva este papelito al señor prefecto. Es muy urgente. Toma esta plata para que compres tu chicha por el camino”, le había dicho al gobernador del pueblo de la jalca. Y la Angelina, mujer viuda, que quería tanto a su hijo, viendo que ya era más de mediodía, rápido, rápido no más había molido en el batán maíz blanco y mezclándole en huevos y manteca de chancho había hecho tortillas para su fiambre. Además le había dicho. “lleva tu poncho y alforja nueva. Y si te quedas en chacha te hospedas en la casa de tu padrino Eloy Valdez”

Era martes dos de mayo, día de la santísima cruz.

Así, de esta manera Timoteo había partido de la jalca rumbo a Chachapoyas.es de saber que Timoteo era un gran caminante. Ya un tiempo se iba a los temples de Cocabamba, Quiquis, Mendan, tupen o Livian por las riberas del Marañón, para traer coca; ya se marchaba con don Guillermo Culqui a las minas de sal de  yurumarca; ya dos mayordomos le solicitan que vaya a los valles del triunfo, Challuayacu, shocol, Limabamba, Chirimoto o totora para traer el aguardiente, chancaca, frutas y dulces para las fiestas; y, en muchas ocasiones, enviado por don Javier Silvia, viajo hasta Uchucmarca, en la provincia de Bolívar, llevando negocios de sal a cambio de lana.

Pues, el Timoteo era de mandados, muy provechos los asuntos de caminata y arriería.

Y en esta ocasión, como siempre, corre y corre y había bajado hasta el pequeño poblado de zuta para de allí tomar el Capac Nan o camino real.

Aquella tarde zuta estaba de fiesta.

A Timoteo le recibieron con varios pates (3) de chicha de jora. Por eso, medio picadito, tardecita siguió su camino. Ligero, ligero paso por la altura de pumachaca.

De repente, cerca de yanamachay, Timoteo escucho tinyas y antaras. Se acercó más y más se dio con la sorpresa  que había una gran fiesta en pleno camino. Los sirvientes, igual que en zuta, al verlo llegar, la ofrecieron uno, dos, tres y más pates de aloja, famosa chicha de jora que emborracha rapidito, le invitaron a bailar y quedarse en la celebración, diciéndole que más tarde, cuando salga la luna ya podría seguir su Camino.

Timoteo todavía estaba soltero y sin compromiso alguno. Pero era en fregao  al ver tanta china (4) fiestera decidió quedarse en la jarana. Ahí no más vio una shipash (5) solita y la saco a bailar barias veces. Zapateándose y asiéndose el gracioso bailaba y la muchacha que se reía no más, como aceptándole.

Ya se anochecía y Timoteo seguía bebiendo y bailando.

En eso, de que prendan unos mechones blancos, Timoteo, sin perder tiempo, se la tiro al hombro a la cholita y la llevó carrera y carrera para el monte y ella riéndose, riéndose no más se iba.

Timoteo con tanta chicha que había tomado estaba borracho. Por eso se tropezó y cayó varias veces y la cholita que se dejaba cargar nuevamente y riéndose no más se iba. Pero, en eso, se cayeron y se rodaron y ella riéndose no más se fue rondando.

***

Al segundo día, ya cerca del anochecer, Timoteo se despertó con bastante sed y hambre. Empezó a recobrar el sentido. Se dio cuenta que todavía estaba abrazado a la cholita y que ella también lo abrazaba fuertemente.

Esto le dio un hábito de felicidad.

Pero, despertándose bien se percató que estaba en una cueva y que tenía en sus brazos a un esqueleto sonriente.

Entonces, rapidito se levantó y se quedó entre asombrado y pensativo.

Luego de un instante tomo su al forjita y saco un puñado de coca y dos tortillas de maíz blanco para ofrendar por el alma de la cholita.

En ese momento no  tenía nada de miedo.

Echo de menos el papelito que le había encargado el gobernador y no había. Por eso decidió volver a la jalca, pensando también “para hacerme limpiar, no vaya ser que me agarre alguna enfermedad de los abuelos”.

Ya se oscurecía otra vez.

Al salir de la cueva y tomar nuevamente el camino de regreso volvió a escuchar que había un segundo día de fiesta en yanamachay.

Lo mismo se dio cuenta que en zuta la fiesta seguía, pero el burlando la mirada de los sirvientes, ya no se quedó en esta ocasión.

Seguir su camino al pueblo de la jalca con ansias de llegar lo más pronto posible.

En Santa Rosa, al sentir cierta debilidad, se sentó a descansar por más de dos horas. Luego, tomando bastante agua del pozo, siguió su camino rumbo al pueblo de la Jalca.

Era ya casi cerca de madia noche.

***

Y esto sucedió en la casa de Angelina cuando llego el Timoteo.

La Angelina, que por más de dos minutos se había quedado en un estado de complicación y asombro, entre asustada y alegre, recobrando un momento de serenidad se dirigió a su hijo:

-Hijito, hace un año que no he sabido nada de ti. ¿Cómo puede ser un año? No pué ayer en la tarde he viajado a chacha.

Mientras esta conversación pasaba, poco a poco la gente que volvía en si se alejaba rápidamente de la vivienda.

Timoteo había dormido en año en los brazos de la hermosa cholita de  yanamachay.

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ORIGEN DE LA LAGUNA DE POMACOCHAS

Autor: Magno  Perea  Cabanillas

Mama-cocha (1) pario dos hijas: una muy mala y rebelde, la de “Ochenta” (llamada si por tener ochenta huacos); y la otra menos mala, la del “Tapial”. La primera encontró su sitio en una jalca, situada entre San Carlos y Yurumarca, y la segunda se ubicó en la “Pampa del Tapial”, cerca de Chachapoyas.

En el valle de pomacochas (2) progresaba un pequeño pueblo, cuyos habitantes eran muy orgullosos, pues poseían grandes riquezas extraídas de las mismas de  Cullquiyacu (3). Jamás hacían una obra de caridad, ni menos daban posada a los transeúntes. Los ricos odiaban a muerte a los pobres, y no adoraban al Dios verdadero, pues eran idolatras.

El taita amito (4) quiso castigar a esta gente mala, y convirtiéndose en un viejecito harapiento, cubierto des sucias y asquerosas llagas, se presentó en el pueblo, visitó varias casas; más los dueños le arrojaron puerta afuera, la tiraron piedras y le hicieron morder  con sus perros.

El anciano sufría estos ultrajes en silencio, y casi al atardecer llegó a las puertas de una chocita muy pobre, donde vivía una mujer con muchos hijitos. Esta le recibió con todo cariño y le ofreció algo de comer.

El viejecito no aceptó alimento alguno, y solo le pidió que le dejara descansar un momento y le regalara un a flor de azucena y otra de margarita. Luego dijo a la buena mujer. “he caminado todo el día buscando una persona caritativa, y la única que encontrado eres tú. El premio de tu bondad te salvare la vida, es preciso que dejes tu casa y vayas esta misma tarde, con tus hijitos al cerro de Puma-Urco (5), porque estoy resuelto a castigar el orgullo de esta gente. No vuelvas si no cuando veas al arco iris pintado en el cielo”. Dicho esto, desapareció. Como la mujer era generosa, conto a sus vecinos lo que el anciano misterioso le había anunciado; pero estos, llenos de incredulidad, la llamaron loca.

Al primer canto del gallo, o sea a la media noche, una música muy hermosa se dejó escuchar en la lejanía, la cual se hiso más clara al aproximarse al pueblo. Los habitantes, que además son muy curiosos, dejaron sus lechos y salieron a aguaitar. Grande fue la sorpresa de estos, cuando sobre el cerro de Tranca-Urco vieron una nube blanca que parecía una sábana, y que extendiéndose por la ciudad la envolvía por completo. Asustados pretendieron hui, pro las aguas se precipitaron, sepultando en sus entrañas a todos  los habitantes. Gran cantidad de bandejas de oro y plata llegaron arrastradas por la corriente; el más grande y hermosa, venia la madre de la laguna. Por ultimo apareció el anciano, llevando en sus manos un gran plato de manteca, con peces plantas de totora, carricillos y cortadera, as9i como un huevo de pato. En el mismo instante que arrojo el agua, cayó un rayo y partió al huevo, y salieron volaron patos y gaviotas. Los peces se multiplicaron y las plantas bordearon la laguna.

Cuando amaneció, la señora y sus hijos vieron con asombro que el pueblo había desaparecido, y que en su lugar estaba una laguna de aguas azules, y sobre ella se levantaba un deslumbrante arco iris, tal como lo había anunciado el mendigo misterioso. Ese  mismo días los habitante de Chachapoyas notaron con asombro también que la laguna del tapial había desaparecido totalmente, quedando en cambio una extensa llanura cubierta de verde hierba.

En creencia general de las almas de los que murieron a consecuencia de la inundación, se han convertido en “Sirenas”, las cuales tienen por costumbre robar criaturas, para llevarlas a vivir en su “Ciudad encantada”, bajo las aguas.

Durante muchos años la laguna de pomacochas fue el terror de los nuevos pobladores, descendientes de la única familia sobreviviente y de otras que emigraron de los pueblos vecinos de Gualulo y Tíapollo, tale como los Chicana, los Catpo y los ocmata.

Para calmar la furia del agua y de los seres que ella habitan, pidieron al cura-párroco que bendijera la laguna el buen sacerdote acepto gustoso y entrando en una balsa derramo agua vendita el los “ojos” de la laguna. En ese momento se levantó una gran tempestad, y apareció un enorme pez rojo, que mordiendo al cura en el brazo, intento hundirlo. Sus acompañantes lo salvaron, pero días después murió “Secándose con un palo”.

Después de este acontecimiento nadie se atrevía a navegar en la laguna, hasta que don Vidal Catpo se decidió a desafiar el peligro y la vadeo en una canoa. Desde entonces se desterró el miedo, y hoy nadie la teme, pues todos los días navegaban en sus aguas canoas cargadas de cosechas.

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LA DESTRUCCION DEL PUEBLO DE TIAPOLLO

Autor: Magno Perea Cabanillas

Hace cerca de tres siglos (1), existió de tras del cerro de chido, al oeste de la ciudad de pomacochas, un pueblo bastante adelantado, conocido con el nombre de Tíapollo. Todavía se puede ver las ruinas de este pueblo y de sus templos de estilo colonial.

Allí vivía una  viejecita, que no tenía más compañía que un gallo, al cual mimaba como si fuera su propio hijo. Tanto había envejeciendo el gallo que caminaba apenas, pero no por esto la anciana dejaba de prestarle solícitos ciudadanos. Un día resulto cacareando, y cuando por la tarde fue a acomodarle la cariñosa dueña, encontró que su favorito había “depositado” un huevo. Alegrose mucho y, sin contar a nadie lo sucedido, guardo en un viejo baúl el hermoso regalo que su animalito le había hecho ese día. Tal vez pensaba comerse el huevo al día siguiente, pero quiso el destino que se olvidara. Pasado un tiempo, durante el cual no había abierto su baúl, escucho un ruido dentro de él. Recién se acordó del famoso huevo, más en su lugar solo encontró una cascara y una “Serpiente dorada”, a la que le puso el nombre de Basilisco.

Cuando había crecido lo suficiente, la viejecita la saco del baúl y le mando a buscarse la vida, pues ella se sentía sin fuerzas para mantenerla. Basilisco escogió como vivienda un agujero próximo a la fuente, de donde los habitantes sacaban el agua para el consumo diario. Siempre que veía una criatura sola delante de la fuente, la atrapaba y la devoraba en un instante. Nadie conocía la causa de la desaparición de tantas criaturas. ´pasado un tiempo, basilisco, que había crecido muchísimo y ya no cabía en su escondite, sé hiso presente a los ojos de que iban a la fuente para proveerse de agua, y los devorara sin compasión. Alguien que logró huir dio aviso a los demás habitantes, quienes aterrorizados abandonaron sus viviendas y emigraron a los pueblos vecinos de pomacochas y shipashbamba.

Basilisco no tenia ya que comer, por lo que se trasladó al pueblo de Comacosh, a cuyos habitantes también devoro. Durante mucho tiempo fue el terror de las gentes, y así llego asta Cajamarca, en una de cuyas pampas permaneció asaltando a los viajeros. A esa pampa la llamaron desde entonces la “Pampa de la Culebra”. Un día e tempestad, mientras acechaba a su presa, un rayo le partí la cabeza. Así desapareció este terrible monstruo.

Los emigrados de Tíapollo conservaban vivo el recuerdo de su pueblo, mas no intentaron ya regresar. Las casas se desplomaron y los arboles ocultaron el pueblo.

Un pobre vaquero de Shipashbamba, cuyos bueyes se habían remontado, llego por casualidad junto a las ruinas. Una voz amigable lo llamo por su nombre. El joven vaquero sintió alegría, porque creía encontrar algún acompañante. Mas al penetrar entre los muros de un antiguo templo descubrió la presencia de dos estatuas: eran Santo Tomas y San Lucas. Al acercarse más aun, percibió olor a cera quemada y encontró una campana. Loco de alegría se alejó del lugar y, sin saber cómo, en pocas horas llego a su pueblo y dio la noticia a sus paisanos. Al siguiente día, muy de mañana salieron con dirección a Pomacochas, a cuyos pobladores refirieron la extraña nueva, y os invitaron también air. Muchos partieron con dirección al pueblo desaparecido. Al atardecer, guiados por el viajero, llegaron junto a las ruinas, y percibieron también el olor acera quemada. Entraron no sin un poco de temor, y encontraron a los Santos, cuyos nombres ya hemos mencionado, así como algunas ceras de laurel (2) recién apagadas.

Los pomacochanos escogieron como patrón a Santo Tomas pero cuando intentaron levantarlo en hombros, sintieron un gran peso encima. Los mismos les pasaron a los shipabambinos con San Lucas. Más cuando los primeros hicieron la prueba de levantar a San   Lucas, la carga se hizo liviana. Este hecho les sirvió para interpretar la voluntad d los Santos y, como consecuencia, San Lucas fue trasladado a pomacochas y Santo Tomas a Shipasbamba, donde se les venera actualmente.

Como ya era muy tarde, los cargadores se quedaron en una laguna del lugar.

En la noche vieron arder en los montes multitud de velitas, que los Santos habían encendido como milagro.

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LA LORERA DESAPARECIDA

Autor: Magno Perea Cabanillas

Había una jovencita que se dedicaba a cuidar los maizales, espantando a los loros para que no comieran los choclos. Siempre que se encontraba sola, se ponía llorar, desesperada de su suerte.

Una mañana se la apareció un joven gallardo, Montado en hermoso caballo ensillado con montura y estribos de oro. La jovencita se asustó mucho al principio, al oír las palabras dulces del joven recobro su serenidad.

El joven le ofreció hacerla su esposa y colmarle de riquezas, y le pidió que subiera al anca de su caballo, que cerrara los ojos. El caballo tomo el camino de la laguna, y se internó poco a poco. Cuando la jovencita abrió los ojos, se encontró en un rico palacio, todo de oro. El padre de la muchacha, extrañado por su ausencia, la fue a buscar en la chacra; pero por más que llamo, no logro descubrir su paradero. Todos los días iba el padre a inspeccionar los “Tragaderos de la laguna”, pos si hubiera perdido el piso su hija y se hubiera hundido, más no encontró ninguna huella. Una mañana de primavera del padre madrugo a “mudar el ganado” y vio a la orilla de la laguna una señorita muy bien vestida con ricas alhajas de oro: la señorita se peinaba en una bandeja también de oro. Se acercó y descubrió que era su hija. La quiso aprisionar, pero en cuanto noto ella la presencia del padre, se arrojó a la laguna y desaparecido.

Luego que volvió al pueblo refirió lo ocurrido al cura; este le dijo:” lleva una soga de cerda y lacéala”. Así lo hizo el padre a la mañana siguiente. En efecto, ahí estaba su hija como el día anterior.

Con mucho cuidado se puso cerca y arrojando la soga de cerda la capturo. La muchacha no tuvo más remedio que seguir al padre. La presento al cura, quien después de rezar una oración le echo agua vendita. La muchacha seguía loca. Un día que le encerraron en la iglesia logro huir y no la encontraron ya más; se cree que ha vuelto a su palacio dorado en el fondo de la laguna de Pomacochas.

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LAS BRUJAS

Autor    :Magno Perea Cabanillas

En una casa Vivian dos mujeres: madre e hija. Esta era muy alegre y simpática. Una del pueblo de pomacochas se enamoró locamente de ella y todas las noches la iba a visitar.

Una noche, precisamente del sábado, el joven fue a hacer su acostumbrada visita, pero encontró que la casa estaba sin luz. A la asomar ala la puerta de la casita escuche que la madre decía a la hija: “tráeme de cualquier parte un corazón humano, q tengo mucho hambre sino lo traes moriré”.

La hija se puso en apuros y salió a cumplir la orden de la madre. Entro en la cocina y pidió al cuy q le prestara sus ojos; luego saco los suyos y los envolvió en un algodón; después de colocarse los ojos del cuy se bañó en un mortero (1) y se transformó en una lechuzas.

Visito todas las casas buscando una persona que estuviera durmiendo bocarriba para sacarle el corazón. Solo el compadre más querido de la bruja estaba en esa posición. La hija regresó muy triste a contar a su madre. Este le dijo: “trae el corazón del compadre si no quieres verme morir de hambre”. La hija si lo hiso y después que su madre devoró el corazón se dirigí a la cocina, devolvió sus ojos al cuy y tomo los suyos. Y cuando lo quiso acomodar no lo consiguió; pues los ojos tamban tostados. El novio de la muchacha, que había visto y oído todo  lo ocurrido, entro a la cocina, cuando la joven fue en busca del compadre, tomo los ojos de ella y los quemo” revolcándolos en la ceniza caliente. De esta suerte la joven quedo ciega.

Era costumbre establecida en este pueblo que todos concluyeran a misa todos los domingos. Las personas que no hacían eran multadas y arrestadas. Al día siguiente de los sucesos narrados que era domingo, todo asistieron a misa menos la vieja y su hija. El alcalde del pueblo mando a llamar y la vieja obedeció obedecer  “tan pronto llegara su hija de la chacra”. El novio se dio cuenta y conto al alcalde lo que había visto la noche anterior. Este mando quemar inmediatamente gran cantidad de leña en la plaza y luego ordeno que atara tanto a la madre y a la hija, de pies y manos, y los arrojaron a las llamas. Y así lo hicieron y las brujas fueron quemadas vivas.

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LEYENDA DEL CACIQUE PANTOJA

EDUARDO PACHECO RODRIGUEZ

El cacique brujo Pantoja tubo riquezas en oro y plata en los diferentes lugares de la extensa provincia de los Sachapuyos, fijo sus residencia entre los caseríos de rieguillos (1) y el ingenio (2) donde se halla la quebrada de Duña Grande que bajando por las montañas de San Lorenzo, sirve de límite de la provincia de luya y utcubamba. La tradición sostiene que en este sector fijo su residencia el cacique Pantoja. Quien alcanzó fama y respeto por sus grandes pertenencias en oro y plata  y por artes diabólicas. Se dice que tenía morada con tejas de oro y jardines de oro y plata; pues el oro lo extraía de un cerro llamado Huairos y lo convertía en polvo fino en dos molinos de piedra uno grande y otro pequeño, que tenía instalado en la hondonada de la quebrada. Llegando al oído de los españoles la fama de los españoles de tal riqueza, despertó el afán y la codicia por conquistarla. El cacique Pantoja, Al enterarse que los aventureros españoles se acercaban   a sus dominios y que  ni sus artes diabólicas le ayudarían para eliminarlos, tumo una fatal decisión la de envenenarse después de trasformar en roquedales todo el oro que tenía el  cerro Golorque. Cuando loa españoles llegaron a dicho lugar, solo encontraron el cadáver del cacique y para recuerdo se llevaron la cabeza .En la actualidad existen todavía dos piedras circulares, una grande y otra pequeña, de sus molinos; y huellas de un camino empedrado que sube al cerro Golorque hasta las cercanías del caserío Duelac, comprensión de la provincia de utcubamba, en el distrito de Jamalca.

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LA LAGUNA DE BURLAN

EDUARDO PACHECO RODRIGUEZ

Cuentan que en tiempos muy remotos en lo que es ahora la pampa de burlan, que se encuentra ubicada en la margen derecha de la quebrada san Antonio o también Caimito, existía una gran ciudad. Los habitantes llevaban una vida desordenada, llena de vicios y donde se habían perdido los sentimientos de caridad y amor al prójimo.

Una  tarde un anciano harapiento llega a esta ciudad y solicita un vaso de agua a una vecina; esta le dice que el agua que tiene es para preparar un banquete y no pude dar a un pordiosero. En vista de ello va a otra vecina, y luego a otra y otra, coma recibiendo la misma contestación y como nadie le daba agua para calmar su sed y comprobando que todos eran iguales, el anciano, que no era otro que el Apóstol Santiago disfrazado, les dice que son unos malvados y que en pago de haberle negado agua, esa ciudad iba a ser inundada.

Efectivamente esa noche empieza una torrencial lluvia con truenos y relámpagos que dura hasta el amanecer; a medida que iba lloviendo, la ciudad se iba inundando hasta desaparecer por completo. Con el transcurso de los tiempos la laguna fue secándose hasta convertirse en una gran pampa que la que conocemos todos en Bagua Grande.

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EL ARBUSTO IMITE

FRANSISCO IZQUERDO RIOS

En los pueblos de la Provincia de Bagua creen que el arbusto imite se transforma en zarza, fiera, en cualquier animal; razón por la cual lo siembran al contorno de sus chacras, para que cuide a estas de los ladrones, pues convirtiéndose en puma, víbora, perro o esposo zarzal detiene a aquellos hasta que llegue el dueño. Le gusta comer carne… y para mantenerlo contento, dócil, una mujer tiene que dormir periódicamente en las noches junta el… (Cosas de folklore).

EL PRODIGIO DEL BELLO PEZ

CAREN LILI VILLACORTA CELI

Cuentas  los más antiguos que en los inicios de la formación, esta ciudad era la más abundante en agua, vegetación, fauna diversa y riqueza mineral y además era la favorita del Dios Tukuibamba(1) y  por eso se complacían en regalarle tantas plantas frutales, aromáticas y de sombra, paisajes hermosos solo existen en esta zona, entre ellos, uno sumamente especial: en las aguas de la serpiente de oro (hoy Marañón) habitaba un pez muy bello amado justamente por su belleza y respetado por su porte y por ser el  elegido de Dios.

Tenía este pez el cuerpo cubierto por miles de pequeñísimas piedrecillas preciosas y brillantes. Contaban los que lo habían visto en su esplendor que en el centro del pecho llevaba la piedra más linda de  todas: un diamante que irradiaba todos los colores.

Nadie jamás se atrevió  siquiera a querer pescarlo o sacarlo del agua. Todos se delataban de solo mirarlo y lo habían aceptado como un regalo más. El bello pez, que así le llamaban, además de su poder tenia costumbres muy feas, burlaba y castigaba a todos los demás peces que aunque más grandes que él, vivían atemorizados  buscando refugio, pues el bello pes era velos y certero. Peor aún, al caer la noche, cuando la luna besaba el rio, el pez salía de las aguas y se convertía en un ser humano.

Se sacudía dando grandes voces y a su paso las piedras se resistían y se partían en diminutas piedrecillas brillantes que persisten hasta hoy.

Los que lo observan lo hacían a escondidas entre la vegetación y era tan fuerte el  poder de su belleza que muchos arriesgaban su vida acercándose más a él y muriendo deleitados con su atrevimiento.

Cuentan  que recorría largos caminos y al alcanzarse se estaba al pie de alguna palmera, otros decían que lo habían visto llorar. Pero este ser no común, pues era un hombre pequeño y los dedos de su mano y pies estaban unidos con una membrana que seguro le facilitaba nadar.

Pero, como dijimos, era malo y cruel. Y aunque todos querían verlo  el costo era muy alto, pues sin ningún motivo acaba con ellos.

Se alimentaba de los seres más bonitos e indefensos como mariposas y canarios. Parecía que siempre quería demostrar  superioridad ante todo y ante todos. Luego cuando la luna empezaba a ocultarse y desaparecer en el cielo, regresaba al rio y al penetrar en el agua se convertía nuevamente en el “Bello Pez”.

Tukuibamba estaba enterado de sus defectos y no lo podía controlar, era su creación quizá equivocada, llena de soberbia, orgullo y vanidad.

Un día el príncipe, hijo de Tukuibamba, quiso comprobar si era real la belleza del Bello Pez, de la que todos tanto y de que muchas maneras contaban. En una noche de luna con un cielo muy claro, lo espero. Lo observo en el rio y bien entrada la noche fue testigo del prodigio que se realizaba del Bello Pez a hombre. Sorprendido lo dejo  avanzar. Después se presentó cerca de él y le dijo: “¿eres tú el Bello Pez?”.

El recién convertido continúo como si no hubiera escuchado. Todos sabían de su displicencia como de su soberbia y así lo amaban. Lo miro altivo y en lugar de saludarle y ofrecerle respeto se rio con el burla y lo desprecio .su afán era demostrar que él era mejor e incluso atacarlo y acabar con él.

Cuando se enteró  de eso el buen Dios se enfureció tanto que quiso castigarle, dar una lección que quedara grabada con el paso el tiempo; y entonces bajo a la tierra y lo cambio todo. Todos sintieron su bravura, las rocas rojas de la orilla no alcanzaba a escond3er tantos peces asustados presintiendo lo que se avecinaba. Removió las aguas que parecían rocas y levantaban feroces olas. Repartió hormigas por doquier, hasta cambio el lenguaje de los nativos. Entre la lluvia acechaba y el fuerte viento parecía querer arrancar a los arboles de sus raíces. Donde todo había sido belleza, ahora era confusión.

Entonces Tukuibamba  busco al Bello Pez y sin contemplar nada ni escuchar explicaciones, lo transformo. Parecía  que cada cambio correspondía a un defecto del Bello Pez del que ya no quedaba  casi nada. Ahora era un animal horrible, de bigotes retorcidos; su suave piel la convirtió en una gruesa y áspera capa, algo rugosa; además, lo multiplico entre las aguas y de haber sido único e intocable en su especie, ahora se esparcía  y todos se alimentaban de él.

El Pez asustado y sintiéndose transformado, nado y nado por todos lados mientras  se multiplicaba por los ríos Utcubamba y Chinchipe dejando ir sus quejas de dolor y tal vez de arrepentimiento.

Dicen que llego a las aguas que bordean lo que hoy es Iquitos, Loreto, Ucayali, Tarapoto, Yurimaguas y Chachapoyas.

Cuando volvió la calma, nadie volvió a saber de Bello Pez y todos extrañan su belleza.

Cuentan algunos nativos hasta hoy esperan en las noches de luna poder verlo salir dela gua y hacen promesas para que así sea. Otros se complacen verlo en las alucinaciones que les proporciona algún aguardiente o el masato (2). Pero el Bello Pez siempre estuvo entre nosotros, es lo que pocos saben: es la cashca (3) que se sirve en nuestros platos a la carachama  como se le conoce en el resto de la selva.

Con el paso de los años d los años, Tukuibamba se compadeció el Bello Pez, y como era su creación también sentía pena por él. Entonces lo busco en secreto e hicieron un pacto: que cuando una de las cashcas encontrara entre las aguas o las rocas del  Marañón el precioso diamante que adornaba el pecho del Bello pez, entonces volvería a su estado primitivo, con toda su belleza y poder, pero con todas sus mejores virtudes de la que es capaz un ser un ser sobre la tierra.

Han pasado tantos años, que los peses han olvidado este pacto; pero esta es su naturaleza buscar y buscar entre las rocas, piedras, arena y en el agua misma lo que ni ellos recuerdan bien que es.

Algún día lo encontrarían y entonces seremos testigos nueva mente del mágico prodigio

Toda la grandeza del bello pez esta reducida ahora en dieciocho o veinte centímetros de longitud y su morada de privilegio ya no es segura pues los pescadores lo acechan por lo agradable de su carne y su suavidad, además por su poder nutritivo.

Muchos lo buscan y lo prefieren porque creen que los hacen ser más fuertes; entre tanto seguimos esperando con mucha emoción las noches de luna junto al Marañón.

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LA VEGALLA

Nelson Cerna Roja

El rio Marañón, el Chinchipe, con el uctubanba son nuestros ríos tuterales, por eso cobran muchos sacrifisios al año, por los servicios que nos precentan, la “vegalla” es inquilina de estos ríos. ¡Guaaaayyy…guaaaayyy…guaaaayyy…!

Este es un dolido lamento que hiela la sangre en las venas de los hombres más pintados y vuelve mudos a los perros. Este lamento es escuchado en las silentes playas de los ríos Utcubamba, Marañón y Chinchipe, en las negras noches de cuarto menguante y luna nueva, por los lavadores de oro, que por la naturaleza de su trabajo deben pernoctar varias noches en estas Playas.

Mientras vivimos, cuerpo y alma, aunque de naturaleza diferente, llegan a compenetrarse tanto que se necesitan mutuamente. Por eso cuando muere el cuerpo, el alma sale de su corazón mortal y pacientemente espera hasta que se sepultan el cuerpo, luego disciplinadamente acepta el premio o el castigo que su Hacedor le señala: el gozo de la gloria o el entorno sufrimiento del infierno. Toda esta pasividad se convierte en rebeldía en las almas de las  personas que mueren en las aguas de los ríos o quebradas si sus cuerpos no son rescatados para darles cristiana sepultura.

Estas almas se convierten en “Vegallas”, que vagan desesperadamente y sin descanso llamado a sus cuerpos por las orillas de los ríos o quebradas donde se ahogaron. Su rebeldía es tan grande que llegan a materializarse en monstruos que buscan los fagones de los lavadores de oro para calentarse o tal vez para recordar (si cabe el recuerdo en estos engendros)  con añoranza, su pasada vida. Las “Vegalla” son seres demoniacos que se desplazan ululando como el aire por las playas donde alguien se ahogó y su cuerpo no fue rescatado.

Salen de las profundidades de las aguas después de la media noche a vagar como todos los espíritus malignos.

Cuando se desplazan emiten sonidos característicos de ¡Guaaaayyy… guaaayyy…guaaayyy….!

Al escuchar este grito lastimero, el hombre más valiente siente el frio helado de la muerte en sus tripas y en su espina dorsal. Su ánimo desfallece y un temor mortal agita su corazón. Los medrosos cierran bien sus mosquiteros como si fuera una fortaleza, se envuelven la cabeza con sus frazadas, y los perros solo atinan a llorar sin consuelo.

Se envuelven la cabeza para no sucumbir la atención de mirar la cara del engendro porque quien lo hace sufre una crisis de locura y muere a los pocos días con incontenible hemorragia pulmonar o intencional.

Las “Vegalla” se llegan a los fagones de los lavadores para calentarse, pero pronto apagan las brasas con el agua que correa de sus colgantes vísceras que al descubierto haciendo el chis…

Chis… chis…, característico del agua al contacto con las brasas.

Cuando terminan de apagar el fuego se retiran ululando guaaayyy…guaaayyy…guaayyy… rio arriba. Si va para arriba e, el verano sigue y se puede seguir lavando el metal precioso; pero si va rio abajo, pronto llegaran las torrenciales lluvias.

Al día siguiente de la aparición de la “Vegalla”, todo amanece normal. No hay huellas, ni rastros que denuncien la presencia de algo extraño en el lugar. La horrorosa experiencia queda solo registrada en la conciencia de quien sintió y escucho la “Vegalla” en la desierta playa del rio.

Los lavadores que son baquianos lo toman como un incidente más en sus vidas, pero muchos novatos quedan tan impresionados que nunca más quieren volver a trabajar en los lavaderos.

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 EL AVIÓN DE CUERO

JOSE M. SANTILLAN SALAZAR

En cuanto oía el sonido del avión, don Abdón dejaba de hacer cualquier cosa para observar la nave hasta que se perdía en el horizonte. “Un día tengo que hacer mi avión”, le decía a su mujer, quien andaba siempre ocupada en hacer los turrones y las conservas de guayaba. Una mañana, al ver que su mujer no daba importancia a la proeza que se proponía realizar, hombreo su alforja de naranjas y le dijo.

-¡Esta bien! ¡Tú no me comprendes! ¡Me voy a Mendoza!

-¿qué dices? ¿Nos vas a abandonar?-le pregunto preocupada.

-¡No!!Voy a observar de cerca el avión y vuelvo en seguida!

Hacia algunos años que se había construido el aeropuerto cerca de la ciudad de Mendoza. En cuanto se enteraban que iba a llegar el avión, los guardias se encargaban de arrear a los caimanes de la pista de aterrizaje y todo el pueblo se agolpaba detrás de tras de la alambraba.

Ahora don Abdón ya estaba en la primera fila de la multitud. Observaba minuciosamente la forma del avión. “! Carajo, no es difícil de construir!”, se dijo. De pronto vio que detrás de los pilotos descendía por la escalinata su compadre Onésimo con dos grandes maletas, al parecer muy pesadas, “¿Es mi compadre? –se preguntó-. Tengo que ayudarle a cargar sus maletas”.

Efectivamente, era don Onésimo. Volvía después de haber veraneado en las playas de lima y traía muchos regalos para la familia.

-¡compadre Onésimo!-grito don Abdón.

Don Onésimo vio muchos rostros sonrientes y, entre ellos, el de su compadre de Huambo.

-¡Hola, cumpla! –dijo y se abrasaron efusivamente.

-¡Que gusto de verte, cumpita! – se abrazaron de nuevo.

-¿Cómo está la familia?

-¡Bien, compadre, felizmente bien!

Don Abdón, muy solicito, se ofreció a ayudarle a cargar las maletas.

-¡compadre! ¿Puedo ayudarle a cargar sus maletas?

-¡no, compadre! –Respondió don Onésimo -. La gente va a creer que usted es el que ha venido de Lima.

Después de una larga conversación, se despidieron con la esperanza de volver a verse pronto.

Don Onésimo llego muy cansado y empapado de sudor a su casa. Los niños salieron a encontrarlo con los brazos abiertos. Su mujer tenía en sus brazos un niño que también quería desprenderse para ir a agarrarle del pantalón al abuelo.

-¡Mira, Lucrecia!!Como los niños me quieren! –dilo tiernamente.

-¡Te extrañado mucho! –exclamo la mujer.

-¡Fíjate, el cumpa Abdón  ha querido ayudarme a cargar mis maletas y la gente hubiera creído que él ha venido de Lima.

-¡Así es pué el cumpa! ¡Un vivísimo! –dilo con ironía Lucrecia.

Don Abdón, a lo largo del camino de regreso a Huambo, fue pensando sobre los materiales que emplearía en la construcción del avión. “! Aja!  ¡Ya está! ¡Lo hare de cuero!” dijo de un modo concluyente. Cuando llego a su casa, le conto a su mujer que por casualidad se había encontrado con el compadre Onésimo que volvía en avión de Lima, y que no quiso que le ayudara a cargar sus maletas.

-Así son los cumpas, vuelven “sobraos” de Lima… -dijo  Antolina.

Don Abdón dio un par de vueltas exclamando y repitiendo una y otra vez:

-¡pero no sabe el compadre que voy a hacer mi avión de cuero y me voy a pasear orgulloso sobre todo el valle de Guayabamba!

Los niños, al escucharlo, se alegraron y comenzaron a discutir a quien debía llevarlo a pasear en el avión: “A él no porque ayer no fue a la escuela”. “A mi si porque traje hierba para el cuy a ella también porque lavo la cara del más pequeño…” En fin, se convirtió en la fiesta de todos los días, hasta que se impaciento Antolina.

-¡Bien, Abdón, si cas a volverte loco con el cuento del avión, vuélvete tu solo, pero no contagies a los críos!

Don Abdón se indignó un poco por la incredulidad de su mujer y comenzó a juntar todos los cueros de reses y los llevo a mojarlos en las pequeñas lagunas que formaba el río. Dejó de cultivar las chacras de yucas y cañas por construir el avión. Una tarde doña Antolina le increpó:

-¡Abdón, qué van a comer tus hijos si no deshierbas la chacra!

-¡Que coman naranjas u guayabas! ¡Eso no falta en todo el valle!

-gritó furioso.

-¿Crees que los niños son como los pájaros?

-Si han de volverse pájaros, que se vuelvan pájaros; pero yo tengo que acabar mi avión –dijo inmutablemente.

Don Abdón llegó a convencerse que sólo los niños son capaces de comprenderlo, ya que los adultos sólo trabajaban para comer y dormir en piernas sueltas. Sin embargo, cuando estaba empeñado en cocer los cueros y templarlos con los listones de madera, no quería que los niños le fastidien.

-¡Largo de aquí! ¡Ya un día los pasearé! –les gritaba y los pequeños corrían despavoridos a la plaza

Un mes se demoró en hacer el avión. Después de concluir su arduo trabajo se sintió satisfecho porque evidentemente tenía la forma del avión.

Una tarde llegaron sus compañeros de la banda de música a avisarle que el día siguiente tenían que viajar a Mendoza para dar la bienvenida al diputado que venía de Lima.

-¡Listo! –dijo-. ¡Mañana nos vamos!

En la noche le explicó a su mujer que mientras sus compañeros iban a caminar dos horas, el tiempo que se tarda en llegar a Mendoza, él estaría en un par de minutos en la ciudad.

Al siguiente día, muy temprano, sus compañeros llegaron a golpear la puerta.

-¡Ya es hora de irnos! –dijeron.

– Tomo mi desayuno y les sigo –dijo, pero antes reparó que Secundino había cambiado de voz.

-¿Qué ha pasado Secundino con tus dientes? –le preguntó don Abdón al ver el saxofonista ya no tenía muelas en el maxilar superior.

-Me los he sacado para que entre mejor la boquilla del saxo

-respondió impertérrito.

-¡Ya entiendo, ahora ya podrás entonar mejor el “Picaflor tarmeño”.-Yo ordenó-: ¡Vayan avanzado, ya les alcanzo!

Después de desayunar, Abdón cogió el avión que estaba en el patio y lo subió con dificultad al techo de la casa; luego bajó y con un tono orgulloso se dirigió a su mujer:

-Que se vayan adelante, yo en un santiamén llegaré a Mendoza y allá los esperaré. Ya los veo llegar cansados a los cojudos.

Dio unas cuantas vueltas, observó la ruta que debía seguir sobre los naranjales y cañaverales. Tomó te de toronjil y romero para aliviarse los nervios. No obstante, se reanimaba porque estaba seguro que su nave iba a funcionar.

-¡Me voy! –le dijo a su mujer.

Cogió su bombo y subió al techo. De allá arriba le llamo a Antolina para que subiera a empujar el aparato de cuero. Ella le recriminó:

-¿Te has vuelto loco? ¡Te vas a romper las costillas!

-¿Qué? ¿Crees estoy loco? –gritó don Abdón.

-¡Si, loco de remate! –respondió Antolina.

Don Abdón se bajó del tejado y le propinó dos bofetadas y le ordenó que en cuanto el avisara ella empujara el avión con todas sus fuerzas. Uno de los niños quiso acompañarle.

-¡No quiero rabos! ¡Mañana  vuelvo a pasearlos! –dijo en forma tajante y los subieron al techo.

Una vez acomodado dentro del avión, tomo el timón de madera y ordenó en forma prepotente:

-¡Antolina, empuja! ¡Empuja por favor más fuerte!

Antolina empujó con todas sus fuerzas al aparato. Lentamente comenzaron a balancearse las alas, como si se aprestara a volar, se deslizo rompiendo las tejas hasta que llegó al filo del techo y se precipitó ocho metros adentro, el avión que cayó como un capacho entre las piedras de la acequia.

Doña Antolina se bajó sollozando, entro a la huerta y encontró a don Abdón retorciéndose de dolor entre un montón de cueros. Se había fracturado las costillas y el brazo derecho.

-¿No te dije? – exclamó la mujer.

-¡Me traicionó el viento!- respondió el hombre  quejándose lastimosamente.

Allá en Mendoza, sus compañeros de la banda lo esperaban desesperados porque ya llegaba la hora del arribo disputado.

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¡QUÈ BURRA ES MI MULA!

Julián Arista Perea

Dicen que Mendoza tiene lo suyo. Y por supuesto lo que tiene.

Con decirles que para hermosas mujeres; Mendoza; para un buen clima y maravillosos paisajes; Mendoza; para amistad sincera y calor  humano: Mendoza para creatividad e ingenio; los mendocinos.

Allá por los cuarenta, uno de los nuestros y luego de una seria discusión con su mujer, cogió la mula, un barril de aguardiente, dos tongos de chancaca y partió por vez primera con rumbo a la gran ciudad de Chachapoyas, a los dos días de camino, a ver si allí encontraba algo con qué mitigar las penas.

Soloco, pueblo cordillerano, era la final de la primera jornada, allí busco a su compadre Leocadio Chuqui, aquel que envuelto en su poncho de lana, calzando ojotas, con ocho ayudantes y veinte peludos caballos, le visitaba mensualmente con su valioso cargamento protegido por cuero de carnero, consistente en ollas de barro Huancas, piedras de sal, papas, lana de oveja, frijol taure y otros productos  para intercambiarlos con chancaca, aguardiente, plátanos, café y piñas. En sus visitas Leocadio y su gente barrían con cuanta cecina, aguardiente, dulces y bocadillos encontraban en dos cuadras a la redonda; entonces, era de justicia cobrarles tantas atenciones.

Pues bien, el compadre se portó de maravillas. Enterado de tan ilustre visita contrató una banda de músicos que tocó toda la noche en su honor, le brindó  opíparas comidas que contemplaron con abundante aguardiente. Al atardecer del día siguiente y luego del penúltimo trago: el del estribo; y el último: el bastón; acomodó la alforja de regalos para la comadre, montó con la ayuda recién al noveno intento, puso los pies en el estribo, cogió las riendas y gritó: ¡Arre, mula! El dócil y cómplice animal, creyendo que la misión había concluido, dirigió el hocico a lugar conocido y hacia allí se marchó. Al amanecer, nuestro viajero; aún con la resaca; vio verdes paisajes con árboles y pastizales, campiñas con casa alejadas una de otras, una tranquera, un patio, una mujer que le gritaba y maldecía…

Frotándose los ojos exclamó: ¡Cómo decían en Chachapoyas hace mucho frío, que se gentes con canastas  de pan sobre la cabeza, que se aprecian hermosos paisajes serranos, que es una ciudad con muchas casas, que hay cosas nuevas; si lo que veo en frente es exactamente igual a lo que tengo en casa! Dicen que al descubrir su error y luego de un certero palazo que por  recibimiento recibió en la espalda; exclamó: ¡Qué burra es mi mula!

FRANSHE TAFUR EL DANZANTE

Magno  Octavio Santillán Salazar

Una de las atribuciones que, antiguamente,  que le encomendaban los viejos alcaldes de mmi pueblo, Cocha mal  (1)  era de la nombrar cada año y rotativamente  a los caporales y mayordomos que tendrían a su cargo  la celebración de las fiestas  patronales de cada santo.

Los elegidos aceptaban  el compromiso sin decir esta boca  es mía,  pues  para ello. Primero. Se trataba de cultivar y poner de manifiesto las buenas costumbres,  segundo. Tenían la gran  oportunidad de llevar la frente bien alta  para solicitar a los santos

Patrones san Marcos  y santa Bárbara, protección por todo el año en los trabajos de la chacra  y abundancia en la crianza  de animales domésticos.

Algunas de estas hermosas costumbres  hasta hoy se practican  durante las fiestas patronales  ,  y una de ellas  es animarlas ” Composturas”  de cotilleros  y procesiones  con un conjunto de danzas típica  , conformado por catorce danzantes , un “pianista” (2)  y un disfrazado .

Doña  conshe  Muños  , una viuda muy devota  , fue designada  por el caporal  de santa Bárbara, la patrona ,  como su mayordoma de mayor confianza y , como tal , ella debía afrontar  algunos gastos

Sabía muy bien  de la bravura  de la patrona, con quien no era para andarse con ridiculeces, engaños y bufonadas.

Con mucha antelación y cristiana voluntad, doña conshe  fue a la  casa del joven  danzante Franshe  Tafur  para contratarle  y suplicarle  que danzara junto a sus compañeros  , quienes ya habían aceptado  , en la compostura  y procesión de la virgen .

El mozalbete, que ya le había echado  el ojo una simpática  musha (3)  de la familia grades con quien deseaba encamotarse  en la fiesta,  se hizo de rogar.

Te pagare más que a los de más – le dijo doña conshe  rogándole con buenas maneras   pero no me dejes plantado.

El Franshe arguyo que no tenía las shacapas (4).

Doña conshe le ofreció ella misma ir a traer las shacapas    desde el pueblo de Omia, distante a 30 km donde crece el arbusto que da las sonoras pepitas.

-¿ Anda ¡  ¡vamos ¡ ¡anímate ¡ le suplica.

Pero el joven danzante  se había empacado como mula en su  resolución de no danzar ese año.

Convencida de que el Franshe  Tafur hablaba de verdad,  doña conshe se resignó.

Antes de salir picada  por el gusanito de la curiosidad, quiso saber el verdadero motivo de su negatividad.

-Bueno- dijo el danzante, yo quiero estar libre para bailar, pasear y fiestear a mi gusto. Estando de danzante  ya no se puede gozar de todo.

Desconsolada  y disgustada por la frescura  del artista  doña conshe le respondió:

-Bueno  yo no quería  que danzaras al pie mío. Si no  al pie de la virgen  santa bárbara – y diciendo esto se retiró  enfadada.

Faltaban diez para la fiesta…

Don Ezequiel Santillán, uno de los personajes principales del pueblo,  tenía muchas amistades  y relacionados  por oriente y pariente y como tal. Cada recibió muchas visitas  durante las fiestas. Para sus gastos  de atención  el anfitrión  planifico m un molienda (5)

Uno de los infalibles  peones de  asentado  era precisamente el conshe Tafur.

La molienda duro 5 días. Desarrollo  con toda normalmente
Había fabricado  mucha chancaca  y aguardiente. Dos hornas estaban llenas  de miel,  listas para procesarlas  en  ricos y blanquísimos panes de azúcar de caña huayacha. Iban a llenar una tercera. Estaban bajando el último perol  lleno de miel hirviendo  para llenar la horna vacía, cuando los pies descalzados  de Franshe Tafur tropezaron  y se enredaron con las cintas  de bagazo suelto en el piso.

El bailarín  titubeo y derramo  la miel caliente sobre sus calzadores  pies…

La fiesta se aproximaba  aun.

Desde el patio de don Ángel calampa, el pirotécnico,  los cohetes se alcanzaban por el cielo azul  y retumbaban en calidad de prueba.

Franshe Tafur  estaba postrado, sin poder caminar  y sin esperanzas  de bailar  ni de cortejar  a la simpática musha que había echado el ojo.

En las vísperas  de la fiesta fu sacada  al pueblo, montado en una acémila. Se instaló en el puito (6)    de casa de su patrón. Desde allí su único consuelo  fue observar,  durante los siete días que duro,  la fiesta, el desarrollo  de las alegres  y notables costumbres del pueblo. Y una de las tontas  cosas  bonitas  que le impresiono  fue a ver a sus compañeros  danzando en la solemne procesión ante la imagen de la virgen santa bárbara, patrona del pueblo.

Franshe Tafur lloro   amargamente. Había recibido la lección de su vida.

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EL CUENTO DE BALLQUISHAHUA

Catalino Poquioma

El rey Inca envió a Ballquishahua para que conquistara el pueblo, de Conila por ser una comunidad muy brava. Allí había una bruja. Esta dijo: “Yo buscare a Ballquishahua para ustedes”. Convirtiéndose en palla, la bruja esperó en la tranca (1) por la que Ballquishahua tenía que pasar.

Al llegar Ballquishahua la bruja lo engaño diciéndole que lo amaba mucho. “Vivamos juntos” Se quedaron allí un rato y Ballquishahua durmió con su cabeza sobre el regazo de esa bruja convertida en palla.

Entonces, la bruja le cortó el cabello de la cabeza y los pelos del pecho. Ballquishahua despertó totalmente sordomudo (¿impotente?) sin poder hablar. Entonces, la bruja mandó a avisar a la comunidad para que todos los hombres se fuesen a matar a Ballquishahua.

Después de haberlo matado, de los dedos de su mano hicieron su antara y de su cabeza sus caracoles. De la piel de su vientre hicieron sus tamborcitos. De los huesos de sus piernas hicieron sus quenas. De sus tripas, hicieron sus bajos y pistones. Por este motivo los conilanos son todos músicos hasta nuestros días.

Y hasta hoy se tocan esos tamborcitos en las noches de los martes y viernes de cada luna nueva todas las comunidades los oyen (2).

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LA LAGUNA DE VILAYA

Próspero Iliquìn Bobadilla

Yo voy a contarles un cuento de este pueblo (1) sobre una laguna encantada. A mí me contaron mi abuelo taita Pancho Iliquìn y mi abuela mama Presenta Huamán.

En los tiempos antiguos había una laguna, una laguna brava, en la punta de Huayapata. Para ir a las yungas de Vilaya se pasaba por esa laguna. Se iba por allí en silencio, sin hablar, ni siquiera se perseguía a las bestias que se perdían por allí. Si hacía ruido, al instante mismo la laguna se ponía a hervir. El encanto tragaba a la gente, fuesen mujeres, fuesen hombres, y todo lo que llevaban, a sus bestias y demás cosas.

Aconteció que, en aquel tiempo, en cinco o seis ocasiones, esta laguna se comió a varias personas. En esa ocasión dos grupos de personas se fueron en dirección de esa laguna. Los que iban primero dijeron:

“A ver, esta laguna no es nada. ¿Qué nos va hacer?” Hicieron bulla. Y la laguna empezó a hervir. Entonces cayó un terrible aguacero por todo el monte con fuertes relámpagos  y truenos. La gente que iba detrás, estaba llegando a Siogue al pie de Huapaya. Asustados regresaron allí.

Entonces, en ese tiempo, aquí en Colcamar, había una bruja. Y la gente preguntó a la bruja: “¿Cómo podemos secar esta laguna?”

La bruja respondió: “Yo necesito un hombre macho, pero no tiene que ser macho, sin miedo. Ahora si quiere secar esta laguna va a ayunar conmigo. Durante quince días no comerá nada de grasa ni de dulce. Ahora, este hombre  tendrá que comer solamente mazamorra blanca”

Estaba presente el taita Eugenio Malqui. Él dijo: “A ver, yo voy”.

El viejo Eugenio Malqui y la bruja ayunaron. Se fueron en silencio, la bruja y Eugenio Malqui. Ayunaron durante quince días afuera en una cueva situada en una gran peña sin probar comida ninguna.

Entonces la bruja dijo: “Ahora, Eugenio, ahora vamos a irnos en silencio; y cuando faltan unas dos o tres cuadras para llegar a la laguna, vamos a quemar allí unos pedernales”.

Traían pedernales, tres pedernales: un pedernal azul, un pedernal rojo y un pedernal negro. Quemaron los pedernales. Y esta vieja se envolvió completamente las manos con un cuero. Y Eugenio también se envolvió las manos con un cuero.

Avanzaron en silencio total. Llegaron a la orilla de la laguna sin decir nada. La bruja se quedó a un lado. Al varón Eugenio le dijo que se vaya al otro lado.

Entonces le dijo: “Me vas a mirar. Yo no voy a mover las manos tres veces. Vamos a tirar los pedernales al centro de la laguna”.

Entonces en viejo Eugenio miraba a la bruja. Tres veces la bruja movió las manos y el cuero, Eugenio movió sus manos como lo había hecho la bruja.

Estos dos la bruja y Eugenio Malqui, movieron las manos tres veces y luego tiraron los pedernales encendidos al centro de la laguna secándola. Hasta hoy ha quedado seca esta laguna.

Donde se encuentra esta laguna hay un pocro (2). Y clarito se ve dentro del pocro el sitio donde estaba esta laguna. Allí donde estaba la laguna hoy se encuentra la chacra de mi primo hermano Esteban Visalot Iliquín (3).

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LA PAMPA Y  LA CULEBRA

Jámilton Loja Maldonado

En épocas antiguas, en el pueblo de Cuémal (1), vivía una anciana cuya única propiedad era un gallo.

Con el correr del tiempo el gallo envejeció. La anciana, a su vez, como vivía sola, llegó a encariñarse bastante con el animal.

De lo muy viejo que era, un día el gallo puso un huevo. Contenta con este acontecimiento, la anciana lo puso a empollar.

Pasaron los días y llegó el momento que el huevo debía reventar: Y así ocurrió: pero para sorpresa la anciana; en vez de un pollito salieron dos culebras.

Al principio, cuando aún eran pequeñas, estas culebras comían pollos pequeños, eso nomas era su alimento; y la anciana les ponía dentro de unos cantaros para que durmieran.

Pronto crecieron se hicieron grandazas, y empezaron a comer ovejas, ganados y aun niños.

Por este motivo los pobladores de Cuémal vivían temerosos y preocupados. Pero no solo sentían miedo y preocupación; también estaban cansados de esta situación lamentable.

Un día se reunieron y fueron a ver a la anciana. Le pidieron que matara a sus culebras; más ella no hizo caso, ni siquiera quiso escucharles.

Esta actitud les puso verdaderamente furiosos y ahí mismo decidieron lo que tenían que hacer.

Regresaron por la noche.

En silencio, rodearon la choza con harta paja seca y la encendieron. La choza ardió regando una luz clarísima y elevando hacia el cielo oscuro altas lenguas de fuego.

Y mientras el fuego se alzaba en la noche como un símbolo de triunfo para los hombres de bien, la anciana se quemaba en medio de la hoguera hasta volverse ceniza.

Por desgracia no murieron las culebras, pues lograron escapar.

Y huyendo de la furia de la gente, llegaron al valle de Jucusbamba (2).

En aquellos tiempos, el valle donde ahora se extiende el pueblo de Luya  era un gran pantano. Por eso la gente vivía en los cerros de los alrededores.

En este pantano lograron esconderse las dos fugitivas. Y cuando los niños de los diversos lugares bajaban a pastear sus animales, inmediatamente eran devorados por ellas.

Así pasó algún tiempo. Fue un tiempo oscuro, porque la gente vivía solo lamentándose y sufriendo. Hasta que por fin decidieron enfrentar el problema.

Con este propósito se reunieron todos los hombres y mujeres y empezaron a luchar contra la adversidad. Primero abrieron canales para que el agua del pantano tuviera por donde correr. Luego, mientras el agua se escurría y el pantano empezaba a secarse, se dedicaron a buscar a las culebras. Las buscaron sin descanso, removiendo el fango, listos para atacar y defenderse.

Durante mucho tiempo buscaron y buscaron. Y llego el día en que las encontraron. Las culebras eran realmente gigantescas. Tal vez por eso los hombres no supieron reaccionar al instante y dejaran que el miedo les amarrara de las manos.

Pero, por suerte, los antiguos eran muy valientes. Además, al recordar todo el sufrimiento que habían padecido, sintieron que un coraje inmenso les quemaba en el pecho. Este coraje les dio la fuerza necesaria para vencer el miedo que ataba sus manos. Y llorando por los hijos desaparecidos, con furia incontenible atacaron a las culebras.

A una lograron matarla.

La otra culebra escapó. Sin embargo, mientras atravesaba la pampa de Huaylla Belén (3), se desato una terrible tormenta y un rayo que cayó del cielo la mató.

En este lugar quedo para siempre la enorme culebra, cual si estuviera reptando indefinitivamente la verde pampa, en su intento de huir a la furia de los hombres.

Y aun ahora, si vemos desde lejos este hermoso paisaje, podemos ver en forma de esta gigantesca culebra fugitiva, una parte convertida en rio y otra en camino.

Dicen las personas mayores que así se formó el hermoso valle de Huaylla Belén.

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EL POR QUE LA DENOMINACION
LUYANO CHICHERO Y LAMUDINO BRUJO

Jámilton Loja Maldonado

Antes, de las épocas antiguas, ocurrió esta historia.

Dicen que el valle donde ahora se extiende el pueblo de Luya era un gran pantano y la gente vivía en el cerro de Shuclla. Los niños cunado bajaban a pastorear sus ganados en las húmedas orillas, desaparecían devorados por el fango. Al ver esto, la gente decidió liberar al valle del agua que lo empantanaba.

Y así lo hicieron, trabajando esforzadamente durante muchas jornadas. Luego, cuando la tierra estuvo seca y firme, algunas familias bajaron a habitar en ella, y levantaron sus chozas y empezaron a vivir en paz y tranquilidad.

Así fue pasando el tiempo.

Pero un día bajo también Vasquishawin con su gente. Era el cacique de Jacapatos (1) y tenía temperamento guerrero. En todo momento estaba tratando de extender sus dominios territoriales. Por eso, no satisfecho con lo que había conquistado, empezó a mirar con codicia las tierras de Lamud.

Con anterioridad, el cacique de Cuémal (2) se había posesionado de esas tierras. Lo llamaban Pulacchaqui, pues tenía los pies grandes, y era blanco, rubio y de gran estatura. Dicen que este hombre había salido de la laguna de Chimal (3), emergiendo desde las extrañas mismas de la pacha mama.

Y siguió pasando el tiempo. Hasta que cansado de mirar solamente, Vasquishawin, a modo de provocación, invadió las faldas del cerro Lamudurco (4).

Pulacchaqui, que era la tendencia pacífica, no respondió. Sin embargo, como no podía hacerse el distraído, sumamente preocupado consultó a su esposa, a la mama Quirilda, sobre la manera más apropiada de desalojar a Vasquishawin; y juntos empezaron a buscar una solución.

-¿Qué podemos hacer?-se preguntaban a cada rato.

Y en este afán consumieron mucho tiempo, hasta que la mama Quirilda lanzó una idea inesperada:

-¿Por qué no vas a Curibamba?

Pulacchaqui se desconcertó mucho, no comprendía lo que estaba proponiendo su mujer.

-¿Y qué puedo hacer yo ahí?-preguntó, tras un largo silencio.

La mama Quirilda sonrió, compasiva y triunfal a la vez:

-Ahora sí vale la pena que vayas-dijo-. Sólo ella puede salvarnos.

Se refería a la amante de Pulacchaqui, una bruja temida por sus hechizos que vivía a la otra margen del río Utcubamba.

Como sabía que la hechicera tenía predilección por las aves silvestres, Pulacchaqui se fue llevándole un huayco cantor como regalo; también le llevó otros obsequios. Y una vez estuvo ante ella, le conto el motivo de su visita.

-No sé qué hacer, por eso he venido a ti-dijo, por fin, reclamado ayuda.

– En realidad, hace tiempo que esperaba tu visita- dijo la hechicera.

Luego cogió un porongo (5) y empezó a llenarlo con nieblas, con brujería, mientras pronunciaba palabras mágicas; después lo tapó fuertemente.

-Cuando tus enemigos vuelvan a agredirte- indico la hechicera, poniendo el recipiente en manos de Pulacchaqui; destapa este porongo y todo quedará en tinieblas.

Luego agregó:

-En Cuémal hay un gallo muy viejo, que pronto pondrá un huevo.

Ese huevo debes hacerlo incubar, y de ahí nacerá una serpiente. La serpiente crecerá en poco tiempo y empezará a comer gente.

Instruido y preparado de este modo, Pulacchaqui volvió más tranquilo a sus dominios. Y dejó pasar prudentemente el tiempo necesario, mientras la serpiente crecía en la cueva de Cuémal.

Cuando llegó el momento indicado, Pulacchaqui, al mando de sus hombres, marchó contra los invasores. Esto no les gustó nada a los luyanos, quienes rápidamente salieron al encuentro de sus enemigos y no tardaron en imponerse y dominarles.

Dolidos  y humillados por la derrota, los lamudinos se replegaron nuevamente. Mientras tanto, los luyanos se dedicaron a celebrar el triunfo, con chicha, con harta chicha, hasta embriagarse totalmente.

Sin duda por este motivo, cuando Pulacchaqui destapó el porongo y soltó a la serpiente, fueron pocos los que lograron huir y salvarse.

De este modo, pues, los lamudinos recuperaron sus tierras. Por esa razón, además, a los luyanos les llaman chicheros y brujos a los lamudinos.

Así nos cuentan las personas mayores.

GREGORIA SOCONDA

Jámilton Loja Maldonado

La Gregoria Soconda era una muchacha de quince años. Vivía con su papá y con su madrastra. Y la madrastra era una mujer malísima.

Su papá sembró maíz en Pailapampa. Cuando llegó el tiempo de los choclos, le llevó a Gregoria a la chacra. Ahí le dejó solita para que cuide loro”

Y ya no volvió a ver a la muchacha.

Quien llegó fue un joven caballero, el cual empezó a inquietarla.

-Vamos, Gregoria, a mi casa- le decía- ahí no estarás sola y tendrás de todo.

La muchacha tenía pena para su padre.

-Mi papá está vivo, no puedo dejarle- decía, negándose.

-Tu padre no viene, no vendrá a verte. No sufras más, Gregoria- insistía él.

Cansada de esperar en vano a su padre, la Gregoria se fue con el caballero.

Después de un mes todavía se preocupó su papá.

-¡Caramba, voy a ver a mi hija! Será se ha muerto, será vive. Qué será de ella- diciendo se fue a echarle de menos.

Llegó a la chacra y encontró todo un desorden: el loro había acabado con toditos los choclos. Qué tiempo también sería que su candelita de la ceniza se había apagado.

Llamándole a grito anduvo toda la loma de Gracia Dios.

Y la Gregoria Soconda le oyó allá en Gololque.

-¡Papa! ¡Papa!- le respondió-, dietando de sal y de manteca vengaste dentro de diez días. Aquí estoy.

Dietó el viejo los diez días y se fue a dar en Gololque.

-He venido a llevarte, hijita- le dijo al verla.

Ella respondió:

-No me iré, papá.

-¿Por qué no quieres volver?

-No me iré, papá.

-¡Vamos, Gregoria…!

-No, papá, no me iré. Esta ovejita lléveme cómo también, y mande hacer un baúl grande y ahí lo mete, ahí lo encierra. Váyase pero sin mirar atrás.

Jalando su ovejita regresó el viejo a su casa. Adelante mirando nomás, sin voltearse, salía la cuesta. Pero macizo estirando la soga venía la ovejita, como si no quisiera seguirle. En la encuesta de Shique, el papá de Gregoria preocupado tentó la soga.

-¡Caramba, creo que la ovejita se ha vuelto ya!- dijo, al no sentir resistencia.

Un poquito nomás apenas en la cola de su ojo miró hacia atrás. Rumiando dizque salía la ovejita, babeando dizque salía.

Y al poco ratito, el viejo tentó la soga, la estiró para comprobar si venía la ovejita detrás de él; pero vacía estaba ya. La ovejita se había vuelto a su paradero.

Llegó a su casa el viejo le contó lo ocurrido  su mujer:

-Traía una ovejita que me ha dado la Gregoria y he espiado atrás con la esquina de mi ojo, ahí será pues que ha vuelto. Vacía ya la soguita está… voy a irme otra vez.

-Quilla masi tu hija, semejante lo estimas se rabió la vieja.

El viejo dietó otra vez los diez días. Y fue a ver a la Gregoria.

Y su hija lo reprochó:

-¿Por qué has espiado atrás, papá? ¿Por qué has espiado? Yo te he dicho que no espíes atrás.

-Vamos a la casa, hija- le rogaba el viejo.

-Yo papá no me voy a ir. No me voy a ir…

-Vamos, hija… ¿Por qué no quieres irte?

-Mi madrastra semejante me aborrece. No me voy a ir…

Y alcanzándole dos carcas dizque le dijo:

-Esto llevando lo pones en tu baúl y después de quince días lo has de abrir e baúl. De eso me has de recordar.

Así cuando le dice, el viejo volvió a su casa, cargando el estiércol.

-Qué pues lo voy a hacer estas carcas- diciendo pensaba.

Venía, venía, venía.

Había empezado a pesar este estiércol. Pesaba cada vez más. Quebrándolo, botándolo, quebrándolo, botándolo venía el viejo para mermar su peso. Un pedacito de estiércol dizque lo hizo llegar.

Ese poquito lo metió en el baúl.

-Ya no va a venir mi hija. Esto me ha dado y lo voy a cerrar en mi baúl y a los quince días voy a abrirlo para ver qué se ha hecho este estiércol.

Pasado los quince días, cuándo abrió el baúl lo encontró llenecito de oro.

Dicen que con ese oro se doró el retablo de la iglesia de Santa Catalina. Y con la sombra mandaron a hacer un par de campanitas.

Esas prendas quedaron como recuerdo de la Gregoria Soconda de Gololque.

Y estuvieron mucho tiempo en la Iglesia; pero la gente; codiciando el oro, peñiscando, peñiscando lo fue llevando.

-¡Me traicionó el viento! –respondió el hombre quejándose lastimosamente.

Allá en Mendoza, sus compañeros de la banda lo esperaban desesperados porque ya llegaba la hora del arribo del diputado.

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LA LAGUNA DE GUETACURO

Jámilton Loja Maldonado

En el distrito de Conila, en una montaña llamada Cuetacuro, hay una laguna de regular extensión.

Dicen que en tiempos antiguos dicha laguna estaba encantada. Por eso era muy brava. Si alguna persona intentaba acercarse, se ponía terriblemente furiosa; sus aguas se encrespaban e inmediatamente se desataba una lluvia torrencial con rayos y truenos.

Por ese motivo, los antiguos habitantes de Conila y Jacapatos sólo se atrevían a mirar desde lejos. Y aun cuando hablan de ella, lo hacían en voz baja, con profundo respeto y temor.

Con el correr del tiempo, y llevaba por la necesidad y venciendo sus temores, la gente empezó a posesionarse de las tierras cercanas a la laguna. Eran tierras buenas para el cultivo y la crianza de ganado.

De hecho, la laguna se encolerizó como nunca y desató una lluvia torrencial e interminable, con rayos y truenos. Sin embargo toda, su amenaza fue en vano, pues la gente estaba decidida permanecer en el dominio de esas tierras.

Al parecer, los hombres terminaron de lograr su propósito. Y rompieron la tierra depositaron en su acogedor seno la semilla de papa y el maíz. Después, en la espera del fruto de su trabajo, aguardaron tranquilos.

Pero su bienestar fue fugaz. Un día, misteriosamente, desapareció un niño del pueblo. La gente, de inmediato, se organizó en grupos y empezó a buscarlo; mas todo fue inútil.

Algún tiempo después despareció otro niño. Y luego otro. En poco tiempo, muchos niños desaparecieron del pueblo.

Y la gente andaba sumida en el dolor y la incertidumbre.

Y nada cambió, hasta que llegó de Conila la visita de un hombre del temple con su hijo pequeño. Le decían el Cañarino  que la primera noche nomas desapareció el niño. Lleno de angustia el Cañarino se puso a buscarle, como antes habían hecho otros. Más no halló rastros de su hijo, por más que anduvo por todos lados y preguntó por todas partes, día tras día.

Pero el Cañarino no solo buscaba a su hijo, sino que también observaba a los demás, oía sus quejas, sus historias, sus preocupaciones. Así se enteró que otros niños habían desparecido antes.

Por eso, sólo él pudo comprender el motivo de la desgracia que durante largo tiempo venía sufriendo la gente. Y un día convocó a todo el pueblo.

-Es la laguna quien se está llevando a nuestros hijos -les dijo-. Andando en busca de mi hijo, he podido ver a ustedes le han dado motivos para sentirse rabiosa; han invadido sus dominios.

-¿Qué podemos hacer?- preguntó la gente.

-Yo tengo que ir mi tierra; pero volveré pronto- respondió el Cañarino-. Hasta que yo retorne, ustedes deben preparar un perol con manteca de chancho y una piedra pedernal de una arroba.

No dijo más, y, tal como había anunciado, ese mismo rato se marchó.

Al cabo de unos días regreso con un ayudante. Y en esa misma noche, cuando empezó a salir la luna, se dirigieron a Cuetacuro, acompañados de mucha gente.

Llegaron a la orilla de la laguna y el ayudante indicó lo que tenían que hacer.

Así pues, mientras los demás encendían la leña y ponían a hervir la manteca del chancho y a quemar la piedra pedernal, el Cañarino permaneció silencioso, chacchando pensativo en su coca.

Después, cuando la manteca estaba a punto de hervir y la piedra empezaba a ponerse roja, el brujo se incorporó y empezó a quitarse la ropa.

-Entrare a la laguna dijo con voz recia, decidida-. Después de un rato van a ver ustedes dos toros, uno negro y el otro colorado, salen peleando. El negro es el encanto de la laguna… Si él está ganándome, ustedes arrojan la piedra y la manteca al agua.

Así diciendo se zambulló en las aguas frías de la laguna u desapareció.

Al instante salieron a la superficie dos toros bramando coléricos. Y empezaron a pelear. Con sus embestidas y encontronazos, el agua echaba espuma rabiosa y se revolvía llena de furia.

La lucha fue dura, interminable. De pronto el toro colorado desapareció.

Pasaron varios segundos, sin que diera señales de vida. Pero de repente emergió con fuerza y, lanzando un mugido agónico, desapareció bajos las aguas.

El toro negro se lanzó tras del otro.

Siguió un instante de inusitada calma en el ambiente. Lentamente las aguas fueron aquietándose, cual si gozara de una paz largamente ansiada. La gente miraba desde la orilla sin creer que todo hubiera terminado de esa manera.

-¡Ayúdenme!- gritó de repente el ayudante del Cañarino.

La reacción fue inmediata; no faltó quien se quemara las manos al querer coger la piedra candente.

-¡Envuélvanse las manos con estos cueros!- urgió el ayudante otra vez.

Rápidamente cogieron los cueros de vacuno y, envolviéndose las manos, ayudándose entre todos, en un instante hicieron rodar la piedra hasta hundirla en el agua y arrojaron la manteca.

El agua pareció gemir ahogada, largamente. Así se reventaron los ojos de la laguna y murió su encanto.

Y ese mismo rato, mientras salía el Cañarino, arrastrándose penosamente sobre el limo de la orilla, del centro de la laguna se levantó una nube blanca y empezó a alejarse por el cielo. Cerca nomás, en cuántos kilómetros más allá, dejó caer una gota y en el lugar donde se cayó la gota se formó la laguna de Chilmal. El resto se fue con dirección a Pomacochas donde sepultó a un pueblo entero, como castigo por sus pecados.

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QUIOCTA

Jámilton Loja Maldonado

Como un genial escultor de obras maravillosas, la naturaleza labró pacientemente durante miles de años las gigantescas estalactitas y estalagmitas que alberga la caverna de Quiocta.

Esta caverna se encuentra ubicada en el distrito de Lámud, a unos diez kilómetros aproximadamente de la ciudad capital. Tiene más de quinientos metros de profundidad. En su interior se han encontrado restos fósiles humanos y en las paredes rocosas se puede apreciar pinturas rupestres. Por eso se cree que esos tiempos inmemoriales estos inmensos recitos naturales fueron usados como espacios de adoración y de rituales mágicos religiosos.

Hace unos años nadie sabía de su existencia. Sobre su descubrimiento, la gente de Luya, Lámud y otros pueblos vecinos cuenta el siguiente relato.

Un campesino pasó trabajando todo el día en su chacra. Por la tarde, cuando regresaba a su casa, escuchó que le llamaban.

Parándose, buscó con la mirada en los alrededores. Más no había nadie.

Pensando que su imaginación le llenaba así de voces a la cabeza, se dio la vuelta para seguir su camino.

-¡Levántame u te daré riquezas…!

Era una voz apremiante, aunque lejana y cansada como si brotara de la profundidad de la tierra.

Casi asustado, el hombre se dio la vuelta rápidamente y vio a un Purummacho enorme tirado en el suelo.

Se acercó e intentó levantarlo, pero no podía. Siguió intentándolo, cuando en eso llegó un viento muy fuerte que le ayudó a lograr su propósito.

-Mañana en la mañana vienes con tu machete y tu pico para mostrarte tu riqueza –le indicó la misma voz, saliendo desde profundidades desconocidas.

El hombre siguió su camino y llegó a su casa ya de noche. Su mujer le preguntó por qué se había demorado.

-Estuve trabajando- respondió el, secamente.

Al siguiente día salió temprano de su casa, se fue al encuentro con el ancestro, llevando su machete y su pico.

-Ahora muéstrame mi riqueza –le pidió, llegando a su lado.

-Sígueme…

Empezaron a caminar. Y llegaron a un cerro cubierto de pencas y de yerbas.

-Esta es tu riqueza- le dijo el Purummacho-. Tienes que limpiarla.

El hombre se quedó sorprendido, mirando esa extensión de tierra abandonada. ¿Qué riqueza podía tener este cerro? Eso pensó, pero no dijo nada; más bien, reaccionando rápidamente, cogió sus herramientas y se puso a trabajar.

Cuando acabó de limpiar la peña, halló una cueva.

-Debes entrar coqueando, por qué si no te puede hacer mal –le indicó el Purummacho.

Por suerte, el hombre no lo dejaba su coca. Así que haciendo un buen bolo y alumbrándose con su linterna, penetró en esas profundidades desconocidas.

Entró, pues, sin saber lo que le esperaba. Y paso a paso fue avanzando en el vientre oscuro y húmedo del cerro.

Y así, andando cauteloso y decidido, adentro encontró formas  y volúmenes sorprendentes, al pareces de piedra brillante.

En la naturaleza y el tiempo los que habían trabajo sin descanso, calladamente, en el seno de la tierra.

Antes de desaparecer, e ancestro le advirtió de esta manera:

-Cuando huelas la sangre es porque la cueva te está llevando.

Así se revelo la existencia de las cavernas de Quiocta, con sus, maravillosas estalactitas y estalagmitas.

Esa es, pues, la riqueza que le fue revelada a un hombre; pero no para él, sino para que toda la gente conozca y valore lo que tenemos. Y no debemos tocar nada, porque él Purummacho puede enojarse y causarnos una enfermedad.

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